agosto 08, 2005

 

Los primeros cómicos del cine

Casi por los mismos años en que franceses, italianos e ingleses lanzaban a las pantallas europeas los filmes cómicos, los norteamericanos hacían igual al otro lado del Atlántico, si bien sus cintas fueron de más tardía aparición debido a que las salas de cine estadounidense estaban aún monopolizadas por la producción del Viejo Continente.

Las películas europeas, a partir de 1905, y más concretamente, en los años sucesivos, cuentan con un gran porcentaje de cine cómico. Naturalmente, un cine cómico de la época y al gusto de la época. No olvidar que todavía en ese tiempo se sigue considerando al cine como un entretenimiento infantil. Y son las carreras, los sustos y los trompones los elementos que han de provocar la risa o la carcajada del ingenuo espectador de entonces.
Todavía no ha aparecido Mack Sennett. Todavía no ha inventado Norteamérica la gracia estrepitosa del alocado policía barrigón y bigotudo. Ni se ha descubierto el enorme valor humorístico de la tarta de crema arrojada en pleno rostro. Pero falta muy poco para que ese momento llegue.

Los cómicos europeos de esos años pueden ser los franceses André Deed y Leonce Perret. Los italianos Tontolini y Fregolino. O los ingleses Fred Evans y Joe Elvin. Intérpretes casi todos del music-hall, carentes de ingenio y fantasía, cuyas gracias son simplezas de bufos y no ejercicios de buenos comediantes.
Y es que sus caricaturas de brochazos no cuentan con el humor, sino con la sensación física del ridículo. Y la popularidad que obtienen es circunstancial y de acuerdo con el escaso nivel artístico del cine del momento. Que las cintas se parecían unas a otras no hay que decirlo.

Como tampoco aclarar que tenían un final adocenado, tan generalizado como lo fue más tarde el sempiterno beso de las películas con "happy end". Ese final consistía en un corre-corre. El protagonista, en peligro, huye. Es perseguido, primero, por una persona. Luego por dos o por diez. Y finalmente por todo el elenco de la película, tengan o no relación alguna con el fugitivo. Ese alud de figurantes se mueve a gran velocidad mediante el truco de la cámara rápida o movimiento acelerado (uno de los primeros descubrimientos del cine) y es, desde luego, gratuito. Pero divertía al espectador y era para él la esencia del espectáculo y de todo lo que estaba vivo.
La escena era vista en su totalidad a distancia, sin primeros planos. Es decir, tal como se le veía en el teatro o en el circo. Era necesario por lo tanto una pantomima exagerada y grotesca para que, de esta manera, el cómico del gesto transformara una laguna del cine -la falta de sonido- en un original motivo estilístico: el movimiento excesivo.

Todo fue así hasta que llegó Max Linder, en las comedias de la firma francesa Pathé, y aparece un intérprete lleno de originalidad. Aparece el primero que matiza brevemente cada pasaje y permite saturar una escena de significado. Sin que el espectador se fatigue por la exageración y siga, por el contrario, con interés, lo que el cómico le promete decir. Nos encontramos, por fin, frente a un verdadero comediante que traduce en buenos gestos, en finas observaciones, la gracia de ciertas escenas. Además, tiene un sentido totalmente inédito para mimar con gestos mínimos las situaciones. Así, subraya cada escena con una mueca particular que apenas se insinúa en la comisura de los labios. Entre cigarrillo y cigarrillo. O en sus ojos que abre desmesuradamente, como si las niñas de los mismos quisieran salir de sus órbitas para ponerse a dialogar con el espectador.

* Rodolfo Santovenia


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